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Foto del escritorChristian Jiménez Kanahuaty

Veinte años de "El camino de los ingleses"

Actualizado: 21 jul

Christian Jiménez Kanahuaty I RESEÑA I BOLIVIA


"El camino de los ingleses" es una novela de Antonio Soler que ganó el Premio Nadal de Novela en 2004. La reseña destaca la prosa de la obra. A través de un lenguaje medido, Soler refleja la vida de los personajes y sus relaciones, atrapados entre sueños y realidades. La novela ofrece una reflexión sobre la adolescencia, el amor, la amistad y la búsqueda de sentido en un mundo cambiante.



En 2004, Antonio Soler se alzó con uno de los galardones literarios más importantes de habla hispana. El Premio Nada de Novela. El camino de los ingleses se convertiría desde ese momento en una novela que funcionaría como aseguradora de aquello que Roberto Bolaño (1953 – 2003) señaló: que la poesía ahora se encontraba en el territorio de la novela. Y que existía, por ello, una fuerza incalculable de destreza, valor y fascinación en las novelas que estaban siendo escritas en ese momento. Bolaño no viviría para ver publicada la novela, pero ese año no sólo nos arrebató a Bolaño, sino que, como compensación, nos daría una novela que, como pocas, retrataría un mundo que estaba a punto de detenerse por un instante, para luego cambiar por completo.


El camino de los ingleses es muchas formas de la novela al mismo tiempo. Es una novela de iniciación, es la novela de un tiempo perdido, es la novela histórica sobre un momento en la historia de sus personajes y de la Málaga que es el sitio geográfico en el que sucede el verano que se narra, a lo largo de las más de trescientas páginas.


Hay dos cuestiones de importancia en la novela. Primero, el lenguaje con el que está escrito. Parecería que Soler la fue escribiendo con la paciencia con la que un poeta arma versos, que luego componen un poema y que después conformarán un libro. Está tan medido el lenguaje y tan organizada la información que parece no ser hecha de un solo plumazo. Uno imagina al leer la novela, las horas de trabajo que el autor invirtió en su escritura y en su posterior corrección.


No es fácil escribir una novela que conjugue en su interior la descripción y la poesía de manera que ninguna de ambas perjudique al desempeño de la trama. Pero Soler logra hacerlo porque entiende que la vida es justamente ese equilibrio entre poesía, belleza, ridículo y concreción.


Lo concreto está dado por la vida de los personajes en una Málaga que parece ser el lugar por el cual se ven casi de forma nebulosa las costas de África. También es el sitio donde todos los corazones se congregan. Desde aquellos poetas que jamás escribirán un verso, hasta las bailarinas que sueñan con escenarios del mundo, pero que jamás saldrán de su barrio; o de aquellos que dejan los amores de verdad, siguiendo el mandato paterno, para convertirse en respetables abogados; y terminando en aquellos que renuncian a todo porque nunca tuvieron nada.


La poesía acompaña las acciones de los personajes, no por sus lecturas, sino por el modo en que se comunican con el mundo que les rodea. En cierto modo, están inconformes con el destino que les ha tocado, pero no pueden hacer mucho, porque ni ellos mismos se entienden en la fugitiva adolescencia que viven al calor de un verano que será el último que los vea juntos y como amigos.


Soler se adueña del ritmo de las hojas para hacer que la acción se mueva a su antojo, sin despreciar las elipsis o las divagaciones. Entiende que, junto al lenguaje, lo suyo es contar algo más que una historia bien contada. Hay una indagación sobre lo que anida en el centro de los seres humanos que, confundidos, caminan dando tumbos en las noches tratando de encontrar respuestas al fondo de un vaso de ginebra o de cerveza. Pero también coloca al sexo y al amor al centro de un delirio que podrá con todos los cuerpos, porque en la adolescencia nada tiene medida y el control es una cosa de la cuál sólo es escuchó nombrar alguna vez. No se trata de una exaltación sobre los excesos, pero entiende su autor que no hay vida adolescente sin ellos. Y menos en una ciudad donde el calor sólo puede ser ahogado con distintas medidas del placer.


En El camino de los ingleses, el lector encontrará respuestas a viejas preguntas. La paternidad efímera que desaparece entre las nubes, para nunca más volver. La relación entre un abuelo y su nieto. La luz que encandila los ojos de las provincianas y que viene de un hombre que en apariencia rompe los esquemas de lo común y anodino. O cómo los sueños de una vieja maestra de mecanografía se quiebran cuando el joven del que se enamora muere a causa de los celos.


Todo parece destinado a salir terriblemente mal y, en cierto modo, nada se podría haber evitado. Porque el hubiera no existe, aunque hacia el final de la novela uno de los personajes se pase las horas tratando de calcular todo lo que pudo evitarse para que fuese de otro modo el destino.


Pero aún así, El camino de los ingleses no se detiene en la nostalgia ni en lamentos, tampoco echa la culpa a nadie. Es una novela donde la belleza radica en que todos son entendidos párrafo a párrafo y sus vidas se van desenvolviendo frente a los ojos del lector, demostrando de ese modo que sí: la novela es la vida privada de la historia de las personas y que es una sonda moral que se lanza para captar las intermitencias de aquello que se ha definido como el problema humano.


Las grandes novelas entregan más de lo que uno da al leerlas. Entregan paz y entregan sabiduría, pero también entretienen y conectan con partes íntimas que dialogan con lo más profundo que habita en los lectores, porque todos pasamos o hemos transitado por la adolescencia en una ciudad que creíamos que no daba para más, pensando que la vida estaba en otra parte; se abre un destino repleto de imaginación y sueños. Pero es tan difícil alcanzarlos como las costas del África. Y es que, por El camino de los ingleses, sólo de tarde en tarde pasa la esperanza. Y parece un ave demorada, anclada fuera de temporada, como la paloma Cuculi de No me esperes en Abril (una de las novelas emblema de Alfredo Bryce Echenique). Y que, sin embargo, entre las páginas de El camino de los ingleses también anuncia la tragedia posterior a la lluvia del otoño.


En El camino de los ingleses, los padres son determinantes, pero más todavía resulta fundacional la amistad. Sin ella la novela no existiría. Es el territorio donde se pierde la inocencia y es un mito que se teje desde la adultez. Se ama la amistad como se ama al joven que alguna vez fuimos. Ahí está cuajada para siempre la mejor parte que alguna vez entregamos al mundo. También es un lugar sembrado de dudas, miedos, frustraciones, malos entendidos, pasiones desbocadas, amores no correspondidos, derrotas silenciosas, traumas irrecuperables y anhelos incontables.


Así que, mientras la novela avanza, asistimos al modo en que se fraguan los distintos escalones de la amistad al interior de un grupo de amigos que se unen por algo imposible de nombrar. Sólo los que han disfrutado de una amistad verdadera en esa época dorada de la vida, pueden reconocer ese hilo invisible que se nos presenta en la novela. Algo que ni siquiera el autor nombra, porque nombrarlo abarataría el hechizo y rompería el conjuro.


Por ello, leer El camino de los ingleses, a 20 años de su publicación, es como rebobinar el tiempo y entregarnos al vértigo de otro tiempo, a la ilusión de un tiempo que creíamos interminable y que no nos interrumpía con las preguntas sobre el porvenir, porque el porvenir era la hora de la tarde en que nos reuniríamos con los amigos de siempre. Los que creíamos que estarían cerca para siempre.


Pero, antes del fin, hay que reconocer que en la novela no todo termina mal. Hay algunos personajes que se salvan del fuego que los consume. Que se redimen a su manera y están para ser testigos de ese tiempo que evocan. Cronistas de un viejo mundo son los que narran las peripecias en un planeta tierra de personas que ni siquiera sabían para qué estaban vivos. Pero, Soler les impone la nostalgia del mismo modo que les añade confianza a sus recuerdos nutridos de comprensión.


Y es esto también un rasgo que enaltece la narración. Casi nadie juzga. Los que los hacen, son los que no están al centro del libro, personajes laterales que ponen color local al paisaje que se configura. Pero los personajes del libro, los centrales, ellos sólo quieren comprender. Entender para entenderse a sí mismos. Y mientras lo hacen alcanzan un estado de gracia cercano a la templanza.


Al final, nos queda la paz espiritual de saber que son personajes construidos de una sola pieza. Sólidos y firmes como una escultura de mármol, pero, justamente por ello, repletos de matices, de dobleces y de dimensiones. Ellos están vivos tras la lectura. Ellos están vivos aunque hayan muerto, ellos están vivos en nuestros recuerdos tras la lectura y relectura. Y tal vez El camino de los ingleses no nos lleve a las costas de África, pero sí a entender lo que anida y se congrega en el centro mismo de nuestras voces y corazones cuando la lluvia se avecina despejando las calles e iluminando las avenidas y las plazas con esa intermitencia del agua al caer, mientras es iluminada por el neón y las luces amarillas de los faroles.

SOBRE EL AUTOR

Christian Jiménez Kanahuaty (Bolivia) ha publicado dos novelas, "Invierno" (2010) y "Te odio" (2011), con la Editorial Correveidile. La novela "Familiar" (2019) fue publicada por Editorial 3600. "Paisaje" (Ediciones E1, 2020) y "Cuidar el Fuego" (Editorial Plurinacional del Estado, 2023) son sus más recientes obras.


Ha contribuido con su poesía a varias antologías como "Cambio Climático, panorama de la joven poesía boliviana" (Fundación Patiño-Bolivia); Tea Party I (Cinosargo editores-Chile), Traductores del silencio (Sanatorio editores-Perú) y Sucia Resistencia (Ed. Groenlandia, España). El pomeario "Moxos" fue publicado el 2023 (Editorial Plural).


Cuentos suyos aparecieron en antologías como "La nueva generación" (Ed. Correveidile-Bolivia, 2012) y "de Imposibilidades posibles" (Editorial Kipus-Bolivia, 2013). "Nuevos Gritos Demenciales, antología del cuento de terror" (Editorial 3600, La Paz, 2011), "Una espuma de música que flota. Antología de cuento Bolivia-Ecuador" (Editorial Jaguar, 2015) y en la revista Intravenosa de Argentina.


Dentro de su obra de no ficción destacan el libro "Ensayos de memoria" (Autodeterminación, 2014), "Bolivia. El campo académico, cultural y artístico 2003-2016" (Autodeterminación, 2017), "Movilización indígena por el poder" (Autodeterminación, 2012), La maquinaria andante (Abya-Yala, 2015) y Distorsiones del colonialismo (Autodeterminación, 2018). Sus últimos trabajos publicados son el ensayo titulado "Roberto Bolaño, una apropiación" (2020).

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