Me han dicho las mujeres del pueblo que mi familia entró en desgracia desde que mi hija menor se fue para un pueblo junto al mar. Afortunada ella que tuvo el valor de salir de este pueblo de comadres enredadoras y maldicientes, pueblo de compadres asesinos. Me pica la lengua para decir todo lo que sé de ellas, lo que sé de esos malditos que asesinan. Si fuera por mí, ya me hubiera largado para tierra caliente, pero mis muertos me atan a esta tierra, sobre todo mis hijos que murieron comiendo polvo del camino; mis hijitos que murieron antes del anochecer, cuando regresaban de la molienda con la panela caliente entre sus manos. Los mataron por marihuaneros y ladrones, no me da vergüenza decirlo.
Mi familia no entró en desgracia porque mi hija se fue para tierra caliente. No, entramos en desgracia desde que nacimos pobres, desde que crecimos pobres, desde que no pudimos ir a la escuela por pobres, desde que nos casamos con pobres y desde que vivimos entre pobres. El cura dice en misa, y lo repite a diario, que la pobreza es dignidad, que soportemos las necesidades hasta que lleguemos al paraíso. Falso, con hambre no hay dignidad, no hay esperanza.
Mis hijos no eran malos, eran jóvenes sin esperanza, eran hijos de la desesperación, del rechazo, del abandono. Eran marihuaneros y ladrones. Conozco marihuaneros sin hambre, marihuaneros que no prestaron el servicio militar a esta patria podrida; conozco jóvenes que duermen en almohadas blandas y asaltan virginidades de niñas pobres. Para ellos no hay balas, para ellos no hay calvarios en los caminos.
Mi familia entró en desgracia, desde que le tocó vivir en este pueblo de mierda. No moriré acá entre falsos ricos, entre nuevos ricos, entre mafiosos apestosos que desfilan por las calles, comprando conciencias y apretando manos de ricos muertos de hambre. En este pueblo seguirán matando marihuaneros pobres, ladroncillos pobres; seguirán oficiando misas para muertos pobres, sin discursos, sin luto general, sin consternación popular.
Les grité a las mujeres que se atrevieron a decir que la desgracia de mi familia es culpa de mi hija puta, que yo también fui puta, que nunca lo oculté, porque esa era mi vida. Por ser puta pude comer y dar de comer a mis hijos para que no murieran, pero me los mataron por marihuaneros.
Cuando los nuevos dueños del pueblo, esos mafiosos de ciudad, compren hasta el último balcón de la plaza, y se hayan cansado de asesinar -aunque creo que no se cansarán, porque los muertos de hambre los aplaudirán- tal vez me vaya a ver putiar a mi hija. Lástima que yo ya no sirva para puta.
Cuando tal vez me vaya, me llevaré mis muertos para dar cabida a los nuevos muertos. Antes de irme, me vestiré de fiesta; mientras los otros vestirán de negro, para desfilar despidiendo muertos.
También he sido mujer ladrona, de honrada no tengo nada.
Tal vez conoceré el mar.
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