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Foto del escritorChristian Jiménez Kanahuaty

RESEÑA: Los Claveles de Tolstoi de Ruiz Plaza



-por Christian Jiménez Kanahuaty-


Hay algo espeso en los cuentos del libro Los claveles de Tolstoi (2020, Editorial 3600). Presenta la fisonomía de un juego de cartas barajadas para seguir un destino que no responde a la cronología de tiempo y espacio. Son cuentos conectados entre sí, pero que no dejan de tener un espacio en blanco entre ellos. Es el mismo impulso que recorría su anterior libro, la novela Días detenidos: un ansia fabulatoria, más propia del hacer poético que de la novela, pero que en el caso de la prosa de Ruiz Plaza apuesta por la construcción verbal de un mundo lleno de vacíos y significantes.


Y si bien el libro arranca con un prefacio en el que se postula que los cuentos están unidos por vasos comunicantes y están escritos bajo el signo del fracaso, quisiera proponer otra lectura. En principio, más que vasos comunicantes lo que se presenta en este libro es un elenco estable. Algo propio del teatro donde un grupo de actores durante muchas temporadas representan una serie de piezas teatrales en las que los actores se van alternando el protagonismo. En unas piezas serán figurantes, en otras protagonistas y en aquellas, sólo recuerdos, fantasmas, o mejor: evocaciones. Y es que junto con el ansia fabulatoria, que es una manera poética de decir que los personajes de estos cuentos se pasan películas mentales todo el tiempo, existe un sentimiento que bajo la evocación constituye la personalidad de los sujetos que en los cuentos de Ruiz Plaza tomamos como personajes.


Es por ello que no es el fracaso lo que marca la vida de estas personas, es la madurez misma. El saber que se hace lo correcto, aun cuando las razones no son las correctas. El impulso del fracaso es la vida mutilada, en cambio, en los cuentos de Los claveles de Tolstoi lo que existe es una vida que se vive a pesar de la fractura, del daño, de los recuerdos que no se pueden dejar en el pasado y quizá, la posibilidad de lo que puso ser y en cierto modo sucedió, pero no tal y como se deseaba.


Los personajes que atraviesan los cuentos son personas conocidas en todas sus dimensiones. Nos proponen que se puede vivir muchas vidas dentro de una misma. Al mismo tiempo, hay cierto aire de familia que los relaciona con cierto tipo de arte producido en el siglo xx. Quizá bajo un afán de erudición el autor haga que sus personajes estén signados por un gusto estético que los define y los limita, pero en lugar de ser una afectación es una muestra más de su carácter. Por ello los narradores de los cuentos en todo momento están interpretando y sobreinterpretando lo que viven. No hay realismo. La apuesta de Ruiz Plaza parece ser el hiperrealismo. Y tal vez por ello no sea casual la apelación constante a la fotografía y a la pintura como formas de expresión de emociones y de aquello que por facilidad hemos definido como “lo real” y que nos sirve de ancla para definir nuestra personalidad.


Portada de "Los claveles de Tolstoi" (Editorial 3600)

En ese sentido el juego de evocaciones que se gestan en los cuentos pasan por al menos tres ramas. La familia y sus lazos, el amor y su facultad de ser confundido con el simple sexo y la amistad teñida de borracheras y complicidades masculinas. Como transversal a veces aparecen los estudios universitarios de pre y posgrado, a veces incluso el viaje como expedición de un paisaje que se pretende hacer propio y en definitiva; la migración como eje sustantivo de vidas dislocadas que encuentran en el monadismo una excusa para no detener los relojes.


Hay guiños hacia otros escritores, hacia otros libros, pero me parece que ninguno está tan bien logrado como en el cuento Abril Salomé Barcelona que abre con una cita de un poema de Enrique Lihn y cierra parafraseando el poema mayor del poeta chileno. Y es sugerente este hecho, porque la escritura es también uno de los temas del libro de Ruiz Plaza. Así, el credo de Lihn en Porque escribí pasa a ser otra forma de hacer que la vida valga. En el cuento Bravo, lo que existe es un mundo que está a punto de desaparecer y se intenta contener en versos y reflexiones que sin ser propias se asumen como aquello que siempre se quiso escribir. Es posiblemente el cuento que define la pasión de la literatura y la fiebre de la creación y la doble cara de aquellos que apuesta a todo o nada por la obra y aquellos que con el miedo en las entrañas apuestan por la vida rígida de las convenciones.


Lo bueno de los cuentos es que no hay en ninguno de ellos un pedestal moral desde el cual los narradores se paren a evaluar o ajusticiar lo que sucede. Y si bien algunos de los cuentos parecen extenderse demasiado, tiene sentido porque lo que se teje dentro de los cuentos es la normalidad. El tedio. El aburrimiento. Y es que, en la vida, no todo en vértigo, emoción o ritmo. Parecería que tal como se refiere en uno de los cuentos la sombra de David Foster Wallace planea sobre el libro, mostrando este aburrimiento que es el salto y seña del momento contemporáneo. Si Foster Wallace lo planteó con maestría y soltura en El rey pálido, demostrando que incluso el tedio puede ser narrado, porque el tedio es parte de nuestras vidas, Ruiz Plaza muestra que el tedio es también esas partes en que la trama tarda en resolverse y todo parece cansino y sin sentido. Pero como luego se sabrá, a través de otro cuento, lo que parece letargo no es sino conexión suspendida como una nota musical que se sostiene por muchos compases hasta encontrar su cauce natural.


Asistimos entonces a un universo de ficción que es fragmentado y episódico, y que quizá en su estructura y presentación formal le deba mucho a la vanguardia que hoy en día significan las series de televisión, porque los cuentos de este libro se conectan entre sí mostrando este elenco estable, pero el desarrollo de la trama deja vacíos y espacios que deben ser rellanados por un espectador (lector) activo y que, por ello, su presentación manifiesta el ritmo de lo que nunca acaba y que siempre existe la posibilidad del “continuará”.


Por lo dicho hasta ahora tenemos en Los claveles de Tolstoi un libro de cuentos que funciona como unidad temática en el registro en que el elenco estable que se propone, crece. Cuando los personajes se desenvuelven y adquieren carácter es cuando el vocabulario, el ritmo y las referencias aparecen y no se presentan como afectación del autor, sino como ramas o extensiones creíbles de la vida de los personajes que se van perfilando en esas derivas que no son sino la prueba de que la vida tiene mucho de desierto, y que las personas son como peregrinos perdidos en él y que sólo siguen caminando porque quieren alcanzar el oasis o el espejismo de unos claveles blancos que significan el retorno a la inocencia.

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