por Daniela Zambrana Luján I ENSAYO I BOLIVIA
La autora reflexiona sobre la obra de una nueva generación de escritores bolivianos, Hasbún, Entwistle y Jiménez, quienes enfocan su mirada literaria en las relaciones de familia. El texto desentraña los puntos en que converge la mirada literaria de los autores, así como en las limitaciones del proceso creativo.
Parece que los chicos no crecen. Parece que los chicos sólo están para lamentarse de sus penas. Una vez René Zavaleta Mercado tituló un artículo, mitad crítica literaria, mitad debate político, alrededor de la primera novela de Marcelo Quiroga Santa Cruz bajo el título de “Joven deshabitado culpa de sus problemas al país”. Y ese signo parece repetirse en las novelas del presente que fueron escritas por un grupo de nuevos escritores que intentan ser un recambio generacional en la narrativa boliviana.
Los nombres son conocidos por todos a estas alturas. Algunos han gozado de grandes éxitos, otros parecería que están dispuestos a trabajar con calma y casi en la oscuridad, como un síntoma de época que también se repite y que conecta la labor de la escritura sin publicación ni reconocimiento con uno de los grandes preceptos que guio la obra de J. D. Salinger desde el momento en que decidió alejarse del mundanal ruido que el campo literario y la farándula le imponían. Y de acuerdo con esa intuición se aferró a otro ritmo de vida.
Aquello ocurrió casi al mismo tiempo en que los editores y publicistas empezaron a comprender que para que las ventas de los libros fueran más que satisfactorias la publicación del libro no era suficiente. Se hacía necesaria la ayuda del autor, sus viajes, sus ruedas de prensa, firmas y autógrafos, todo apuntando al mercado, porque los editores comprendieron que el libro también era un objeto de consumo. Y por ello, el escritor pasó a ser considerado como una celebridad y no sólo como un creador o un intelectual.
Pero, para no iniciar un debate sobre las relaciones entre escritura y publicación o entre intelectual y celebridad, es mejor decir que de los escritores que se escribirá a continuación, pocos de ellos, aceptan la idea de escribir sin publicar. Y, sobre todo, de escribir sin esperar nada a cambio más que de vez en cuando ver sus libros colocados en librerías. Y, por esa razón, será mejor decir que los nombres de los autores que escriben en la actualidad dentro del campo de la literatura boliviana tienen un tema en común: piensan desde sus novelas la familia como escenario de disputas y reorganización de la identidad.
Estos escritores son Rodrigo Hasbún, tanto en su libro de cuentos Cinco como en las novelas El lugar del cuerpo y Los afectos, Gabriel Entwistle con El tejido adiposo, Christian Jiménez Kanahuaty con Familiar y Los días detenidos de Guillermo Ruiz Plaza. Ellos demuestran que hay un síntoma importante por descifrar y que tiene que ver con la preocupación de los hombres por descubrir su origen familiar y filial y cómo es que a lo largo del tiempo van esgrimiendo respuestas sobre su propio pasado o sobre los desencuentros afectivos entre los miembros de familias que juegan a ser normales, pero están sostenidas por el error, la tragedia, el silencio y todo tipo de violencias simbólicas y encubiertas.
Tampoco parece casual que, salvo Cinco, todas sean novelas. Como si la novela fuese el territorio llamado a ser colonizado por el ámbito de la familia. Da espacio y propone más tiempo para desarrollar la trama y proponer, además, una estructura que acompañe el relato. Y es en ese sentido que las novelas juegan a construir formatos diferenciados. La estructura en cada una de ellas es diferente. Hay en El lugar del cuerpo una voz que sostiene todo el relato, en cambio, en Familiar y Los días detenidos, las voces se cruzan y se reconocen como contradictorias entre sí, sumando desencuentros sobre lo que se vivió y lo que se recuerda de lo vivido. Y, en ese sentido, El tejido adiposo más bien parece mostrar una mirada descreída y paródica sobre la familia y sobre el afecto que envuelve el recuerdo filial.
Cada una, a su modo, cumple los objetivos trazados. Quizá haya algunos errores de edición en El tejido adiposo y en Familiar, pero esos detalles no desmerecen ni las novelas ni perjudican su lectura, tampoco el hecho de que en ciertos tramos Los afectos resulte lenta y llena de lagunas propias de un estilo de escritura que pretende ser minimalista.
Lo que está claro es la libertad con la que estos escritores conjugan el tema. Kanahuaty, al igual que Hasbún, parecería tener la mira puesta en la sexualidad y en el universo sensual de los daños familiares. En cambio, El tejido adiposo es cómplice de una tradición en la que el personaje principal debe asumir sus defectos y baja autoestima para levantarse frente a las adversidades que él mismo ha creado con sus acciones o por medio de sus ideas. Y es en esa línea de razonamiento de la ficción que Ruiz Plaza encuentra con Los días detenidos, un espacio para explorar más bien el efecto de la distancia sobre los recuerdos, como en el caso de El lugar del cuerpo, pero con la diferencia de que hay una suerte de reconciliación con el pasado en la novela de Ruiz, cosa que no sucede en la primera novela de Hasbún.
Y así, tanto para Jiménez Kanahuaty como para Entwistle, no hay final feliz. Las novelas se encargan de retratar momentos crudos y dolorosos y quieren iniciar un proceso de redención o expiación de sus personajes, pero éstos se niegan a la posibilidad, porque íntimamente saben que no pueden traicionarse a sí mismos y que sólo el tiempo o la madurez les dará el conocimiento necesario para organizar de nuevo sus vidas. Por ello, ambas novelas terminan con finales abiertos y en suspenso, con sus protagonistas tratando de salir del estado de situación en el que se encuentran, pero se dan cuenta que están suspendidos en el tiempo y dudan si dar o no, el paso siguiente.
Y en cuanto a su resolución El tejido adiposo parece apostar por la melancolía adolescente, mientras que Familiar asume la rabia con todo el cuerpo y eso hace que la novela en sus tres últimas páginas tome una velocidad y un vértigo impresionantes a través de la acción de uno de sus protagonistas.
Otro punto que también es interesante tiene que ver con el caso de los protagonistas que conocen de antemano las consecuencias de sus acciones. Es como si fuesen más inteligentes que las propias novelas que los contienen. Como si sus reflexiones fuesen herederas de cierta tradición de la novela que se vuelve autoconsciente y puede pensarse a sí misma sin interrumpir la trama o sin perjudicar el crecimiento emocional de los personajes. Hay, en todo caso, narradores comprometidos y que de vez en cuando se esconden bajo la mirada de un personaje, casi siempre secundario, para decir su verdad sobre los hechos que están ocurriendo al interior de la novela. Pero incluso ese factor es parte de la trama, porque está instalado en la estructura de la novela y eso genera que, si se sustrae ese elemento, la novela o no funciona o se cae a pedazos.
Pero nada de esto termina de responder la pregunta de por qué es la familia ahora el centro de las preocupaciones de estos escritores. La política, lo rural, el medio ambiente, parecen ser temas que no están trabajados de lleno en sus ficciones, tal vez porque no les interesa, o puede ser porque aún no encontraron el modo de abordar lo político en sus novelas. Sea cual fuere la respuesta, la familia es una representación de la sociedad, es donde lo social tiene cabida en proporciones micro.
Así, estos escritores coinciden en pensar que la familia es el origen de una serie de acciones que, en cadena, llegan a las instituciones. No es casual que haya un recambio generacional en el país, tanto porque los temas ahora son otros y son mirados desde otros espacios, pero también porque existe una necesidad de volver a comenzar. Es como si los nuevos escritores en Bolivia vieran como necesario poner de nuevo las bases sobre las que se podrá construir la narrativa boliviana. Como si ella empezara con ellos. Y no es ruptura o desconocimiento con la tradición, simplemente es un acto de independencia. Una manera de delimitar el horizonte narrativo y de verosimilitud con el cual trabajarán.
El tejido adiposo, El lugar del cuerpo, Familiar, Los afectos y Los Días detenidos son novelas que dialogan entre sí en diferentes momentos y desde distintas perspectivas, pero no por ello agotan el tema. Dejan espacio a más, como si estuviera en sus planes; proseguir con la indagación. Porque lo que sí dejan en claro con la lectura es que, salvo Los días detenidos, los autores y sus novelas hubieran podido desarrollar mucho más algunos temas, haciendo que sus obras no sólo ganen en extensión, sino también en profundidad. Y en ese sentido, parece ser que lo único que les juega en contra es que en los momentos clave de sus historias ellos se contuvieron. Les resultó esquiva la posibilidad de sumergirse más y mejor en el hecho del daño, el dolor, los traumas y las equivocaciones. Apostaron por la brevedad, y esto, en cierto modo, les jugó en contra porque los personajes potentes y potenciales que construyeron no lograron cuajar del todo, aunque no por ello dejan de ser figuraciones que aportan a la trama.
Si la literatura en el país que están realizando estos escritores quiere no sólo renovarse, sino construirse en algo más, es necesario que haya un cambio de actitud frente al proceso creativo. Darse el tiempo de escribir más. Pensar que los lectores y las editoriales sí apostarán por novelas largas cuando valgan la pena si su extensión y detalle están justificadas.
SOBRE LA AUTORA
Daniela Zambrana Luján (Cochabamba, Bolivia). Es educadora, licenciada en educación. Su trabajo se desempeña en el campo de la docencia, la investigación sobre literatura boliviana y la elaboración de proyectos educativos.
Comments