Verónica Stella Tejerina VargasI ENSAYO I BOLIVIA
La autora analiza el significado del término nobleza, como referencia a la jerarquía, a la predestinación y al poderío económico. A partir de ello, propone reimaginar la nobleza, hablar de una nueva nobleza, arraigada en la trascendencia individual, pero que a la vez transforma la realidad.
¡Hermanos míos, yo os consagro a una nueva nobleza y os la revelo! Debéis ser para mí creadores, profesores y sembradores de futuro. En verdad, no una nobleza que podáis comprar como la compran los tenderos con oro, pues de poco valor es todo lo que tiene un precio. ¡Que de ahora en adelante vuestro honor no sea el lugar de dónde venís, sino adonde vais! ¡Que sea vuestro nuevo honor vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vosotros mismos! (Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra. 2015:197).
La nobleza, lo noble, las jerarquías y el poder nos han dejado una imagen devaluada de aquellas personas que ostentando privilegios de estatus o autoridad ejercen arbitrariedades, imposiciones y daños particulares al conjunto de la sociedad. La historia nos muestra lejanos jerarcas, reyes y reinas que parecen haber llegado a esos escenarios por obra y gracia del azar, debiendo cumplir con sus funciones estipuladas: las de gobernar sabiamente, lográndolo en contados casos. Lo noble ha sido reservado a reducidas fracciones de la población que han heredado estatus históricos que no ganaron por mérito propio. El linaje sanguíneo, las alianzas e intereses económicos y de expansión territorial y política jugaron un papel muy importante para la construcción de lo instituido como noble.
Asimismo, la nobleza fue considerada como un lugar favorecido, destinado a una estirpe “superior”, diferenciándose del pueblo o el vulgo común, concebido este último como carente de virtudes o poder de decisión. Los nobles eran los seres elegidos por sus explícitos atributos, o por su relación directa con la divinidad. Por esta condición de supremacía e inmunidad aceptada socialmente, es que gozaron y gozan de una esfera diferenciada dentro del tejido social, permitiéndoles cometer una serie de abusos y desenfrenos propios a lo “predestinado” por su condición natural. Sin embargo, con el paso del tiempo se han cuestionado los significados, las prácticas y las falsas ideas en torno al accionar de la nobleza y los nobles.
En un pasado la nobleza estaba determinada por el poderío económico, las posesiones materiales, los súbditos a quienes gobernar y los títulos nobiliarios. Sin embargo, esto se ha transformando, a tiempo de irse debilitando y degradando, tomando otra dirección. La nobleza como valor humano ha hecho que se den otras construcciones relacionadas a virtudes o comportamientos propios de todo ser humano, adquiriendo relevancia la valentía, la dignidad, la lealtad, la honestidad, la voluntad y la solidaridad, para nombrar algunas. Todas estas características trascienden lo estipulado como noble, centrado en el poder, la posesión y el abolengo. Sin embargo, con el cambio de mirada y validación de lo noble, cada persona puede construir su propio territorio de nobleza, a través de su trabajo y esfuerzo, forjándose títulos meritorios más fuertes que los heredados.
Por tanto, la grandeza y la verdadera nobleza no tienen que ver con frágiles fachadas ni posesiones adquiridas o compradas, sino con profundas raíces, lealtades y fortalezas ganadas. En la actualidad las jerarquías de poder se han ido diluyendo. Ahora se es más cauto, se es irreverente ante todo lo que trate de imponernos su “única” verdad, su particular camino o manipulación descarada que busca perpetuar las estratificaciones sociales. Ya no creemos en falsos cuentos de monarcas que aparenten dignidad, honor y rectitud. Hoy en día no basta con ostentar lo que se tiene, sino que la verdadera nobleza se halla en la acción, las obras concretas y la ayuda mutua, tan vital en estos tiempos. La verdadera nobleza se encuentra en aquello que esgrime lo diferente, lo auténtico, lo valioso no por el color de sus ropajes, ni por el abolengo de su estirpe, o por el peso de lo histórico. La nueva nobleza se abre paso con el fulgurar de sus obras, decisiones, incidencias y transformaciones individuales y colectivas.
La verdadera nobleza rompe con los moldes preestablecidos; se impone al pasado erigiendo lo nuevo, lo flexible. La nueva nobleza nada tiene que ver con estratificaciones. La nueva nobleza tiene por objeto la construcción y la conquista de nosotros mismos, de explotar nuestras mayores virtudes y la comprensión y trabajo intenso de nuestras anquilosadas sombras y defectos. La nueva nobleza no tiene falsas coronas, ella se yergue con la elevada fuerza de las ideas y la creatividad, dando soluciones a los múltiples problemas de la sociedad. La nueva nobleza no es estática, se va transformando continuamente dando paso a la novedad, se va retando para demostrarse de qué está hecha. La nueva nobleza busca las nuevas experiencias, busca trascender lo bueno y lo malo y cualquier limitación física, mental, emocional o espiritual.
La nueva nobleza nos insta también a crear la más fuerte de las voluntades, a avivar el fuego interno que nos detona el movimiento y la acción de nuestras manos en trabajo conjunto, sin distinciones ni categorías. La nueva nobleza nos anima a no darnos por vencidos, a no traicionar nuestro llamado particular, nos alienta a descubrir nuestras hondas capacidades y a reinventarnos, sin temer al fracaso, al desánimo, al hastío o a las duras críticas. La nueva nobleza se forja en los profundos hornos del continuo trabajo y la pasión por lograr nuestros más altos objetivos y sueños. La nueva nobleza emerge del anhelo por crear, innovar y expresar. Ella contempla nuestros tropiezos, aciertos, desaciertos y merecidos éxitos, celebrando con manos llenas de dones y milagros el insaciable movimiento, la tenacidad, el anhelado crecimiento y la fortaleza de nuestros decretos que nos viran el camino hacia nuevas rutas y viajes, nuevas personas y afectos, constituyéndose en las reales y verdaderas distinciones a lo largo de nuestras vidas; a la verdadera honra, la nueva nobleza al que todo ser humano debe aspirar, merecer, alcanzar y resguardar.
¡Hermanos míos, vuestra nobleza no debe dirigir la mirada atrás, sino hacia adelante! Debéis ser proscriptos en todos los países de los padres y los antepasados. El país de vuestros hijos debéis amar; ¡que sea ese amor vuestra nueva nobleza! El país no descubierto, situado en el más lejano mar. A vuestras velas ordeno zarpar una y otra vez en su búsqueda. (Así habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche.2015 :198).
SOBRE LA AUTORA
Verónica Stella Tejerina Vargas profesional boliviana – nicaragüense, magíster en Educación Intercultural Bilingüe (EIB) del Programa de Formación en Educación Intercultural Bilingüe (PROEIB Andes), en la ciudad de Cochabamba - Bolivia (2013). En esta ciudad obtuvo también su licenciatura en Lingüística aplicada a la enseñanza de lenguas, otorgada por la Universidad Mayor de San Simón (2006). Diplomada en Ciudadanías Interculturales por el Programa para la Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB) (2009), e Interculturalidad y Descolonización por el Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello (IICAB) (2010), ambos en las ciudades de La Paz - Bolivia.
Además de realizar investigaciones en los temas de ciudadanía, interculturalidad y descolonización con pueblos indígenas y movimientos juveniles ha complementado su carrera académica con el de la fotografía y la ilustración artesanal/digital, ya que considera que el arte es poderosa herramienta creativa, generadora de reflexión, incidencia y transformación.
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