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La novela medieval de Caparrós

  • Foto del escritor: Christian Jiménez Kanahuaty
    Christian Jiménez Kanahuaty
  • 5 abr
  • 6 Min. de lectura

Christian Jiménez Kanahuaty I RESEÑA I BOLIVIA

En esta reseña el autor nos propone una mirada a La historia, de Martín Caparrós, una novela estilo medieval escrita en clave contemporánea. Un manuscrito ficticio que resume el mundo: sus olores, horrores, deseos y poderes. El autor no solo narra, inventa un lenguaje y propone el pacto de entrar o huir. No es una novela amable, sino una prueba: sobrevive quien acepta que la literatura no es consuelo, sino combate.


Martín Caparrós es quizá uno de los escritores argentinos que más y mejor ha trabajado la crónica como artefacto de conocimiento social, haciendo de ella una exploración sobre la duda más que sobre la certeza. Organizar un material vital para ejemplificar realidades extrañas fue desde siempre -al parecer- su objetivo-, y aunque en la tradición de la literatura argentina tiene sus precursores, lo que él hace con la crónica es quizá el modelo narrativo más cercano a lo real.


Con esto quiero decir que en el momento en que una crónica hace posible la visión de una realidad, esta en cierto modo, suplanta lo real, pero sin restarle su potencia de transformación o de estremecimiento. Cultor de una prosa visual y altamente activa, Caparrós no se conformó con la crónica, indagó el periodismo, el reportaje y, sobre todo, la novela.


Es en el terreno de la novela que nace La historia (novela publicada al final del siglo XX, en 1999 y reeditada por Anagrama en 2017) que marca un momento en la prosa en castellano poco estudiado. Aquí no es el lugar para glosar este libro. Tampoco para realizar una exegesis sobre su procedencia y sus ramificaciones mitológicas.


Lo que sí se puede hacer es anotar unas cualidades sustanciales que hacen que la novela no merezca -a pesar de su tamaño y complejidad-, la mirada esquiva de los lectores que se engolosinan con las novedades del momento ahora que empieza un nuevo año editorial.

En primer lugar, hay que decir que La historia es justamente eso: la historia de una nación, de un pueblo, de una cultura, y por supuesto de un lenguaje. Haciendo gala del recurso cervantino del manuscrito que debe ser estudiado, traducido y presentado, Caparrós, nos entrega una novela que es el resumen del mundo.


Un mundo en apariencia medieval, pero que tiene mucho de contemporáneo. Un mundo donde los olores y sabores tienen un raro protagonismo, porque causan repulsión entre lectores de etiqueta que se acercan a los libros con guantes y agua de colonia. Todo huele mal en esta novela porque imita el proceso de una civilización en su formación a partir de lo grotesco. Un narrador en apariencia, un hijo que es medio olvidado, medio odiado, por su padre, es un glotón y se encarga de comer y comer mientras cuenta su truculenta historia, que es sí, la historia de su pueblo también.


Y digo medieval por la suma de conocimientos que se van organizando alrededor de la trama, es el esplendor del descubrimiento hecho por azar o por deducción, pero también está ensombrecido el mundo y el poder, ensombrecido el placer y el amor; y todo parece ser parte de la misma cuestión. La respuesta no es la vida, la respuesta es el sacrificio frente a la herejía, al goce, a la fealdad, incluso a la contradicción producto de la investigación. Todo es castigado y olvidado. Pero como novela de goce, también en La historia todo más o menos está permitido, y es descarnada la permisividad que se establece porque así, lo humano parece ir tomando forma.


Pero para hacerlo hace gala de una extraña forma de hablar, inventa palabras, las rompe cuando se le antoja, las usa a discreción, haciendo de los adjetivos verbos y de los verbos sustantivos o de todo el lenguaje una masa amorfa que no sirve sino para nombrar aquello que apenas se puede balbucear porque no se conoce muy bien qué mismo es.


Y cuando eso ocurre, hay dos opciones para el lector. O deja la novela y se olvida para siempre de ella. O acepta las reglas del juego. Y esta es la segunda cualidad del libro. Es el manifiesto acabado del pacto del escritor con el lector. “Te contaré una historia, una historia que puede ser verdad o mentira, no lo sé, y no lo sabrás tampoco sino hasta que des cuenta de ella por tu cuenta”. El libro comienza en el autor, pero termina en el lector. Y será el lector de La historia quien decida asumir el lenguaje en su momento más revolucionario. Su momento de aglutinación de todas las experiencias. Pero al mismo tiempo, oscurecida por la evidente falta de razón que organiza el saber, el conocimiento y al ser humano.


Es una novela humanista, en todo caso, porque refuerza el conocimiento sobre lo humano que desde la filosofía se tenía, pero lo hace desde el terreno. Desde lo más cotidiano que es el horror, la comida, el miedo, el poder y las ambiciones sexuales que incluso son un descubrimiento para el mismo narrador.


Todo lo espanta, incluso su cuerpo y sus secreciones. Pero si todo lo espanta, no se detiene. Habla, monologa, dialoga y sufre. Sufre porque él mismo es la víctima de ese espacio de naturaleza que se va formando a su alrededor y que sabe que también acabará. El mundo que presenta La historia es un mundo que se parece mucho al nuestro. Podría parecer una metáfora, pero en realidad es un destino.


Tras el esplendor llega la decadencia y uno de los primeros síntomas de ella es que el lenguaje, las palabras que nos sirven para nombrar el mundo y comunicarnos, ya no cumplen esa función. Y si no cumplen esa función, el mundo tampoco tiene sentido, porque no hay nada que lo ancle a lo real que pueda ser imaginado o interpretado. Es una novela donde se juega un destino moral, la visión que tenemos de nosotros mismos a partir de lo que decimos, lo que vemos y lo que sentimos como propio. Y esa formación histórica pasa a ser social cuando en la novela de a poco se presenta una breve esperanza o quizá sea mejor decir, ilusión, de que incluso en esa penumbra se encuentra la belleza y ahí radica la futura existencia.


La historia, finalmente, es un libro que resume un mundo, un estado de situación moral, bélico y sensorial. Pero el mundo que nos presenta remite al pasado tanto como al futuro. Es el germen posible de lo que vendrá. Un ciclo más en la evolución natural de todas las cosas. Y, sin embargo, es la ferocidad de las imágenes lo que nos queda como precaución. Y una historia donde los padres niegan a sus hijos, los hijos descubren el sexo en su propio cuerpo y los hombres se confunden entre sí, evitando de ese modo morir por cuestiones sin importancia.


Un mundo, una historia, en definitiva, que es tan ficticia como literaria, aunque por ello no deja de ser reflejo y distorsión de la realidad. Un esfuerzo narrativo de Caparrós que tiene mucho de meditación y mucho de sueño o pesadilla -según convenga al lector-. Y por ese lado, el de la pesadilla, podría decirse también que La historia no es sino la fiebre por el ansia de narrar. Que todo sea el pretexto de un autor por jugar con los géneros, con las tradiciones y las formas y demostrar la potencia verbal de la literatura cuando se la entiende como arte y no como mero entretenimiento. Una novela que tiene para el presente larga vida y mucho que ejemplificar y demostrar cuando una vez más se habla del fin de la novela, de la saturación de novelas sin contenido, y de escritores adecentados en esquemas preconcebidos dispuestos sólo a vender y vender. Caparrós demuestra honestidad intelectual al proponer una novela difícil, compleja, sustancial, porque en ella está también la premisa de que la literatura es un deporte de combate: combate con el lenguaje, con la historia, con la tradición y ante todo con el campo literario donde se inscribirá ese libro. Así, La historia es por sí sola una tradición y una literatura. Leerla es entender que la literatura es risa, juego, ironía y algo serio. Hacer de su lectura un camino es pensar que la literatura nos hace a los seres humanos y no al revés.


CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY

Nacido en Bolivia, ha publicado dos novelas, "Invierno" (2010) y "Te odio" (2011), con la Editorial Correveidile. La novela "Familiar" (2019) fue publicada por Editorial 3600. "Paisaje" (Ediciones E1, 2020) y "Cuidar el Fuego" (Editorial Plurinacional del Estado, 2023) son sus más recientes obras.

Ha contribuido con su poesía a varias antologías como "Cambio Climático, panorama de la joven poesía boliviana" (Fundación Patiño-Bolivia); Tea Party I (Cinosargo editores-Chile), Traductores del silencio (Sanatorio editores-Perú) y Sucia Resistencia (Ed. Groenlandia, España). El pomeario "Moxos" fue publicado el 2023 (Editorial Plural).

Cuentos suyos aparecieron en antologías como "La nueva generación" (Ed. Correveidile-Bolivia, 2012) y "de Imposibilidades posibles" (Editorial Kipus-Bolivia, 2013). "Nuevos Gritos Demenciales, antología del cuento de terror" (Editorial 3600, La Paz, 2011), "Una espuma de música que flota. Antología de cuento Bolivia-Ecuador" (Editorial Jaguar, 2015) y en la revista Intravenosa de Argentina.

Dentro de su obra de no ficción destacan el libro "Ensayos de memoria" (Autodeterminación, 2014), "Bolivia. El campo académico, cultural y artístico 2003-2016" (Autodeterminación, 2017), "Movilización indígena por el poder" (Autodeterminación, 2012), La maquinaria andante (Abya-Yala, 2015) y Distorsiones del colonialismo (Autodeterminación, 2018). Sus últimos trabajos publicados son el ensayo titulado "Roberto Bolaño, una apropiación" (2020).

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