Verónica Stella Tejerina VargasI ENSAYO I BOLIVIA
En homenaje al nacimiento de la escritora inglesa Mary Shelley el 30 de agosto de 1797, la autora del texto nos ofrece una reflexión sobre la mutabilidad como una esencia de nuestra propia naturaleza. A partir de ahí, nos propone pensar en nuestra muta-habilidad como capacidad creadora, pero a la vez destructora; de orden, pero también de caos.
“Descansamos. Una pesadilla puede envenenar el sueño. Nos levantamos. Un pensamiento pasajero empaña el día. Sentimos, concebimos o razonamos; reímos o lloramos. Abrazamos nuestras penas más queridas, o desechamos nuestros pesares. Lo mismo da: ya sea por alegría o por tristeza, el camino de su partida aún está libre. El ayer del hombre nunca será igual a su mañana. ¡Nada puede durar, salvo la mutabilidad!
(Frankenstein. Mary Shelley. p: 87)
Todo lo que pensamos, sentimos y experimentamos es pasajero, nada dura, todo muta y aunque esta transformación contenga el germen de la esencia que lo originó, se convierte en algo totalmente diferente. Si forzamos su permanencia lo estancamos, y estancamos nuestro propio proceso de innovación. Sin embargo, ¿por qué nos aferramos a lo antinatural de lo inamovible e inmutable?, ¿por qué queremos que los minutos de goce y plenitud no transcurran? ¿Por qué juzgamos todo desde el tamiz de lo bueno y lo malo? Estas dualidades no nos permiten tener una mirada profunda y global de lo que significa la vida, ya que los opuestos, por lo general, son parte de un todo que nos cuesta trabajo aceptar, mirar, vivenciar y sobre todo, permitir que fluya.
Todos luchan por mantener la estabilidad, la línea recta, el sendero llano, la tranquilidad, el paso a paso, el control; y a medida que más nos aferramos por mantener intacto todo lo que hemos construido, viene el torbellino de la vida para desencajar, desmontar y destruir lo edificado. En síntesis, parecería que extraños y ocultos hilos se esconden para hacernos mutar de lo duro y estático a lo flexible y dinámico. Por tanto, la mutabilidad es la esencia de nuestra naturaleza, que debe transitar por incontables metamorfosis a lo largo de nuestro único y particular tiempo.
La mutabilidad nos aterra cuando se trata de perder aquello que amamos o tenemos afecto. Perder lo que somos y lo que tenemos, todo esto nos produce angustia y nos prueba las fuerzas para reconstruir lo perdido o extraviado, o simplemente para dejarlo ir en silencio. No obstante, quizá se puedan mover las piezas de nuestro propio tablero de juego para, desde la voluntad, no esperar los embates de la vida, logrando activar las fuerzas autogeneradoras de cambio y autodescubrimiento. Es decir, que cada uno de nosotros podamos activar el poder de la destrucción renovadora, el poder de la muta-habilidad constante y no catastrófica, la decisión de la auto-incineración para que, de las cenizas emerjamos renovados, para que, de tiempo en tiempo, logremos mutar la piel, el pensar y el sentir.
La mutabilidad es también la diosa del cambio y la transformación, es un ser con múltiples manos que nos incita a probar del sabroso fruto y la refrescante agua, pero también sentir el acecho de la desesperante sed y hambre. Ella nos hace sentir en carne viva la alegría o el desdén, el llanto o la desenfrenada risa; la dulce caricia o el duro golpe que nos conduce directo al pavimento. Aquí no hay predilectos ni privilegiados, ya que para ella, todas y todos, sin contemplaciones, estamos sujetos al movimiento, a la destrucción que da paso a lo nuevo, que a su vez estallará en pedazos. Asimismo, nos toca trabajar y desmontar las ilusiones a las cuales nos aferramos dándoles un aparente sentido; toca repensar el “para siempre”, uno de los grandes engaños. El para siempre es en realidad un: “lo que tenga que durar”, porque un para siempre en realidad dura fragmentos e instantes. Somos la sumatoria de fallidos para siempre que nos han dejado profundas enseñanzas e indelebles recuerdos.
La muta-habilidad es la capacidad de generar la propia transformación y destrucción, ser nuestros propios agentes del caos, del desorden, para así contrarrestar las leyes externas que golpean con fuerza los caminos de lo estático, apacible y permanente. La muta-habilidad nos llama a no tener miedo a lo desconocido, a no ser fatalistas, para hacernos amigos de la propia aniquilación, para despertar la renovación. La muta-habilidad nos sacude para dejar de aferrarnos, para que comprendamos que en muchos de los casos, las pérdidas son ganancias, y que siendo curiosos, abriendo bien los ojos, nos acercamos a lo nuevo, dejando que se manifieste lo que debe ser, aquello que trasciende nuestra comprensión. Así, veremos lo que nos depara el camino, para orientarlo a nuestro favor, dejando que las cosas tomen su curso natural, ya que: “¡Nada puede durar, salvo la mutabilidad!” (Frankenstein. Mary Shelley. p: 87).
SOBRE LA AUTORA
Verónica Stella Tejerina Vargas profesional boliviana – nicaragüense, magíster en Educación Intercultural Bilingüe (EIB) del Programa de Formación en Educación Intercultural Bilingüe (PROEIB Andes), en la ciudad de Cochabamba - Bolivia (2013). En esta ciudad obtuvo también su licenciatura en Lingüística aplicada a la enseñanza de lenguas, otorgada por la Universidad Mayor de San Simón (2006). Diplomada en Ciudadanías Interculturales por el Programa para la Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB) (2009), e Interculturalidad y Descolonización por el Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello (IICAB) (2010), ambos en las ciudades de La Paz - Bolivia.
Además de realizar investigaciones en los temas de ciudadanía, interculturalidad y descolonización con pueblos indígenas y movimientos juveniles ha complementado su carrera académica con el de la fotografía y la ilustración artesanal/digital, ya que considera que el arte es poderosa herramienta creativa, generadora de reflexión, incidencia y transformación.
Excelente reflexión Stellita.