“y el durazno partido, ya sangrando está, bajo el agua”
Alba estaba desesperada. Un zumbido sobre su cabeza la despertó a medianoche, la hizo levantarse y agarrar la camisa que estaba en el piso para empezar a dar zarpazos cortando, así, el aire espeso y noctámbulo que se concentraba en su cuarto sin ventanas. Se subió en la cama, se escondió dentro de su armario, luego debajo de la cama; allí trató de contener la respiración para no asustar al bicho y poderlo cazar. La adolescente de baja estatura estuvo en esa correría dentro de su cuarto toda la noche y, a pesar de ello, no pudo atrapar al insecto. La madrugada aclaró, por debajo de la puerta del cuarto vislumbraron frágilmente los primeros destellos del día que se filtraron por la claraboya desde el corredor que daba directo al cuarto.
Cuando Alba se dio cuenta de la luz que enmarcaba su puerta desde afuera, recordó que ya debía ser tarde para ir a estudiar. En ese momento, su madre abrió la puerta del cuarto, la encontró con un trapo en la mano, despeinada y ojerosa en una esquina de la habitación. Extrañada, la mujer le preguntó:
-¿Qué hace ahí parada? Ya debería estar lista para ir a estudiar. ¿Está bien, hijita?
-Estoy bien. Sólo que el despertador no sonó.
-Ay Alba, por Dios. Alístese rápido, no quiero volver a recibir la llamada de la directora del colegio diciéndome que nuevamente no fue a estudiar. ¡No más excusas, mi amor!
Posterior a aquellas palabras doña Eugenia se acercó a Alba, con una suave maniobra le despejó la frente que estaba cubierta de una broza de cabellos castaños y, luego de descubrir tras de ellos unas cuantas gotas de sudor, le besó dulcemente la frente rebosante de acné, la persignó y se fue a trabajar. Alba seguía inmutable en la esquina del cuarto cuando la mosca salió de un arrume de ropa sucia que tenía al lado del armario, vio cuando atravesó el pasillo y se metió de improvisto a la cocina que estaba al costado derecho del apartamento. Sin pestañear, abrió sus agotados ojos y empezó a caminar descalza y en puntitas; salió del cuarto, caminó por el corredorcillo y al girar a la derecha encontró a la nauseabunda mosca posada tranquilamente sobre un banano en descomposición que estaba sobre la nevera. En ese instante, Alba recordó sus clases de biología con la profesora Mila. La había impresionado aquella anotación científica que la profe les contó a modo de anécdota: lo que pasa con los humanos en comparación con las moscas es que sólo podemos concentrarnos y ver una cosa específica a la vez; las moscas, en cambio, son capaces de tomar todos los objetos al mismo tiempo. En tanto las cavilaciones de Alba iban tomando fuerza, la mosca logró darse un paseo por el apartamento: su tiempo que transcurría lento y pesado contrastaba con la impaciencia y agitación que bombardeaban la cabeza de Alba.
Las moscas son capaces de ver todo al mismo tiempo. ¿Y si nosotros tuviéramos esa capacidad? Tal vez la vida sería más fácil, tal vez nuestro modo de entender las cosas sería diferente; ya no nos preocuparía tener que estar enfocados, ¡con los pies en la tierra! Nuestra visión no nos lo permitiría. Quisiera ser mosca, al menos por unas horas, aunque esas horas en vida de mosca se convirtieran en años humanos.
Queda y sutil, la mosca se posó en la cabeza enmarañada de Alba. Ella sólo escucho el eco que el zumbido dejó en sus oídos. Volvió del trance, se dio cuenta que la mosca ya no estaba en el banano y que claramente ya no iría al colegio. Giró 180 grados y frente a ella vio el espejo enmarcado con la tosca madera que su padre, fallidamente, alguna vez pulió. Era el único recuerdo de su padre. Era el único espejo de la casa. Ni en el baño, ni en los cuartos había espejos. Observó en el reflejo un par de ojos que parecían botones opacos, unos labios cual fruta ajada partida en dos y una maraña de pelos como un grotesco nido que era complementado por la mosca que jugaba a ser corona. Obnubilada, Alba supo lo que debía hacer. La mosca no cedería fácilmente, además, según las historias de Mila, la mosca tenía una ventaja biológica sobre cualquier ser humano. Era claro el paso a seguir: las rendijas de puertas, ventanas y rejillas de aire debían taparse, aislarse, de modo que la mosca no tuviera escapatoria.
Sin meditarlo, Alba volvió a su cuarto en busca de cinta y papel. Con el arsenal en mano tapó todo lo que pudiera ser un túnel de fuga para la mosca. Cuando se disponía a tapar el marco de la ventana del baño, se percató de la torrencial granizada que cubría las calles. Las bolitas de hielo golpeaban con fuerza las ventanas, era como si desde afuera unos pájaros atacaran a picotazos las ventanas del apartamento de doña Eugenia con el mismo ahínco con el que Alba intentaba encarcelar a la mosca. Le restó importancia al hecho, sólo se detuvo a pensar que había sido un buen percance el que la mosca la hubiera retenido en casa. Si hubiera salido, se habría mojado y ella odiaba estar mojada. Al cabo de unos minutos, culminó su misión de encierro. Se sentía cansada, el revoloteo corporal y mental de esa mañana a causa de la mosca la había dejado marchita. Pensó en amenizar el ambiente con música para olvidarse de los picotazos que resonaban y del cansancio que la invadía.
Fue a su cuarto y prendió el radio que hacía mucho tiempo ignoraba y dejó sonar, al azar, el casete que estaba allí adentro quién sabe hace cuánto tiempo. Antes de que la canción empezara, se escuchó el ya fastidioso zumbido dentro de la habitación. Durazno sangrando fue la canción que sonaba. Alba se sentó en el piso de su cuarto como una flor de loto y observó detenidamente la luz mortecina que entraba desde la claraboya a su cuarto. Observó también el montón de ropa sucia, las cobijas en el piso y el manchón de sangre sobre la sábana curtida de sudor. Rompió a llorar cuando vio que la mosca estaba sobre el mapa sangriento dibujado días atrás por el fluir de su cuerpo. Se estremeció de forma tal que se encogió como un trébol cuando llega la noche; abrazó sus piernas y entre ellas metió la cabeza.
El teléfono sonó varias veces. La casetera había vuelto a caer en la ignominia. Sólo se escuchaban los sollozos, los piqueteos y el zumbido. Alba intentó calmarse, volvió a entreabrir y cruzar sus piernas, suspiró profundo y por su fosa nasal derecha la mosca entró. Apretó los ojos, no soportaba la lucha de la mosca dentro de su nariz, el aleteo la hizo estornudar, pero era demasiado tarde: la mosca había entrado. Alba corrió al baño, abrió la ducha y, sin desvestirse, se metió bajo el chorro mientras sacudía su cuerpo en un intento por sacar al insecto a como diera lugar. Ya no sentía a la mosca dentro de sí, pero escuchaba el zumbido; el desespero se adueñó de ella, empezó a chillar como una rata que huele la muerte, a correr por todo el apartamento como un pájaro al que le han cortado las alas. No entendía qué pasaba. La mosca ya no estaba en su nariz, ni merodeando sobre las sábanas, ni en la ropa sucia, ni sobre el banano en descomposición; pero ella escuchaba la vibración de sus alas.
El teléfono sonó nuevamente. Con agitación, Alba descolgó la bocina; era doña Eugenia. Escuchaba la voz de su madre a la par que escuchaba el exasperante zumbido. Intentó hablar pero las palabras no le pertenecían. Eran como un eco que retumbaba en su cabeza, pero que se resistía a salir por su boca. Doña Eugenia dejó de hablar, guardó silencio. Tal vez sólo quería escuchar la respiración ahogada de su interlocutor. Alba tiró la bocina y quiso salir del apartamento. Todo estaba sellado. En un patético intento por escapar, Alba trató de quitar las cintas con sus pequeñas manos, con sus dedos cortos que carecían de uñas por la onicofagia que padecían. Se dio por vencida.
Fue a la habitación de su madre que estaba contigua a la suya, levantó las cobijas y se acostó mientras tiritaba de frio debido al inusual duchazo. Su presencia humedeció la cama.
Alba está desesperada. Un zumbido dentro de su cabeza no la deja vivir.
LA AUTORA
Mi nombre es Ángela Carolina Torres Cárdenas, nací en Bogotá el 4 de enero de 1996. Actualmente soy estudiante de quinto semestre de la Universidad Pedagógica Nacional de la Licenciatura en Español e Inglés. Me gusta leer, tejer y escribir.
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