II
»Dígame ¿una mujer infeliz tendría que sonreír todo el tiempo?
—Dime, ¿una mujer desdichada que quiere huir de un hombre estúpido que no es capaz de tocarla, ni hacerla sentir mujer, no sonreiría constantemente para distraer al imbécil y así huir sin la menor sospecha?
»Vamos, entra al cuarto, mírala tan apetitosa, tocarla un poco no te hará daño.
—No quiero lastimarla.
—Ven conmigo, entra al cuarto y mira cómo descansa. Déjame verla.
—¡No se le acerque! No quiero que la toque, ni mucho menos la mire. Usted no puede contemplarla.
»Si entra, sé que intentará seducirla y, de paso, ponerla en mi contra. Tal vez lo logre y ya ella no me verá con los mismos ojos, deseará estar con usted y la perdería para siempre.
—No tienes de qué preocuparte, jódela un poco, no nos hace mal que te la cojas un poco.
—No, no entraré al cuarto hasta que usted se vaya.
—¿Qué dices? ¡Imbécil!, recuerda que yo no puedo irme. Estamos inevitablemente atados.
»Si Ana me ve entrar es lo menos importante en este momento, hace horas que no entras al cuarto, y llevo varios minutos sin escucharla roncar.
—¿Y qué con eso?, a lo mejor despertó o dio giros en la cama hasta quedar cómoda.
—¿Estás seguro de que está profunda en el cuarto? ¿Y si despertó y escuchó toda nuestra conversación?
—No, no creo.
—¿Ah, no?... Llevamos mucho tiempo hablando y tomando decisiones: si te la coges o no te la coges, que por qué con mamá no y con Bertica sí… Quizá se sintió humillada porque se enteró que prefieres a la cagada de Berta y no a ella, la hermosa mujer de tus sueños. Sería toda una lástima que Ana saliera huyendo de aquí y te dejara en ridículo…
—¡No es cierto!, Ana no tiene por qué escuchar nuestras conversaciones, además, ya le dije, ella no tiene que sentirse celosa de Bertica, el contacto con las gallinas me enseñó lo gratificante que es ayudar al prójimo. Todo lo que hago en el galpón son actos de solidaridad.
»Deje de intentar ponerla en mi contra…
—No seas idiota, jamás la pondría en tu contra. Si quiero que te la folles y te la tragues entera es porque estoy pensando en ti… Me produce lástima saber que llevas tanto tiempo comiendo solo cloacas… me da asco solo imaginar que te sale el palo untado hasta los huevos… La repulsión no me dejó volver al gallinero, solo tú eres capaz de seguir visitando ese cagadero.
—El gallinero siempre será mi lugar favorito…
—Sé que para ti es importante, tanto como lo es Ana. Lástima que ella se haya enterado y se haya ido…
—¿Se haya ido?, no, no, ella no tiene porque irse, no tiene por qué hacerlo, no tiene a dónde ir.
—Sí, estoy seguro de que se fue… Llevo un rato diciéndote que dejé de escucharla, ya no está durmiendo, huyó… no le quedó más remedio. La vergüenza la carcomió por dentro, no pudo soportar la idea de competir contra un montón de aves de corral… lo siento, de verdad lo siento mucho.
—¡No es cierto!, ¡Ana no se puede ir!, no se puede ir, no me puede dejar solo con usted… yo sé que sigue durmiendo en la habitación o si despertó me espera tendida, quiere que la cuide y la mire, adora cuando le organizo el pelo en un moño alto, tal cual lo usaba mamá… ella no se puede ir, ella no se puede ir, me necesita, sabe que nadie más la cuidaría como yo, nadie más le haría la limpieza o le retocaría las uñas…
—Pero eso no lo es todo para una mujer… ella también quiere sentirse deseada. Le hubiera encantado que se la humedecieras con tu líquido… sé que tu micropene viviría dichoso en la cueva…pero Ana no pudo soportar tu verdad.
—Tengo que ir a verla, tengo que saber que está bien, que sigue acomodada en la cama.
—No pierdas el tiempo, no vas a encontrarla.
—¡Cállese! Me voy a asegurar que sigue en casa, que todas sus palabras son mentira y que ahí está esperando a que llegue a consentirla y cuidarla como solo yo puedo hacerlo. No hable más…voy a verla.
…
—¡Se lo dije! Ella no puede irse, el amor que nos profesamos es tan puro que realmente quiere compartir toda su vida a mi lado.
»Amor mío, no se desespere, aquí estoy, voy a cuidarla. Sabe que jamás la dejaré ir.
—Tanto silencio me asustó un poco y creí que Ana se nos había ido. Termina de derrochar toda tu compasión en esta pobre mujer…pero mírala tan pulcra ahí tendida sobre la cama, mírale esas piernas ¡Dios!... ayúdale.
—Sé que ella me necesita y por eso no puede alejarse de mí, ella adora todos mis cuidados. Nunca me lo ha dicho, pero sé que su silencio cuando la peino es la más pura muestra de amor… siempre se queda quieta cuando le agarro el pelo en un gran moño de tres centímetros de alto y lo ato en todo el centro del cráneo con
un listón rosa.
—El mismo color que usaba mamá.
—No, no es cierto, el listón que usaba mamá era un rosado más intenso, además colgaban cuatro centímetros de cinta que se enredaban entre sus rizos.
—No gastes tu tiempo atándole el pelo, su calvicie la está consumiendo, dedícate a darle todo el amor y el calor que ella necesita. Mírala, tan fría que está…
—Claro que no, ella adora verse bella, además ama su peinado y el maquillaje de su rostro. Ahora está pálida porque poco sale a la luz del sol. Es que es alérgica y no puede exponer su piel; así que le aplico suavemente una crema café sobre todo su cuerpo, para que tome color. ¡Se ve preciosa!
—Su piel morena me recuerda un poco a la de mamá.
—No, la piel de mamá era un bello caramelo que hacía resaltar el negro de sus ojos intensos.
—Mamá era la delicia de la vereda. Más de un hombre moría de ganas por tenerla, lástima que no supo aprovechar todo el deseo que los hombres le teníamos, desperdició su vida con el imbécil de papá.
—Me asquea la idea de saber cuántos hombres deseaban estar en su cuarto, con papá era más que suficiente.
—Sabes que era una mujer bella como ninguna otra, por eso me divierte y me encanta este juego en el que pretendes que Ana se parezca a mamá.
—No es cierto, es imposible, nadie iguala la belleza de nuestra madre, además, no pretendo que Ana se parezca a nadie, solo paso mis días cuidando de ella y poniéndola bella.
—Si crees que no es cierto, entonces dime, ¿qué hace la falda roja preferida de mamá en el cuerpo escuálido de Ana?
—No, lo está entendiendo mal, esa falda roja, al igual que todas las prendas de mamá, están aquí en casa desde que ella murió. Jamás me atreví a botar una sola de sus prendas.
»Cuando Ana llegó, su ropa estaba mugrosa y tuve que ponerle esta linda falda.
—La textura de esa prenda me recuerda las veces que me colgué de las piernas de mamá para estar cerca de su sexo, sentía como esos puntos de lana roja rozaban mis mejillas cuando movía la cabeza en círculos, fingiendo muestras de cariño, cuando realmente estaba loco de deseo…. ¡Quiero tocar la falda!, quiero sentir de nuevo esos puntitos.
—¡Claro que no!, esa falda ahora es de Ana, por lo tanto me pertenece, usted no tiene por qué tocarla, no permitiré que ensucie esa fina tela con la grasa de su cara.
—Olvidas que todo lo tuyo me pertenece. Esa falda también es mía, pero arráncale todas esas plumas que le pegaste en los bordes, así jamás se me pondrá dura.
—No las arrancaré, Ana ama ese detalle, yo mismo las pegué a mano, una a una. Cada vez que limpiaba el gallinero, recolectaba en una bolsa plástica todas las plumas que mudaban, luego, seleccionaba las plumas con diez centímetros de largo y las guardaba con cuidado en el cajón que era de mamá. Sabía que algún día les daría utilidad, y mire, cómo se le ven de lindas a Ana esas 25 plumas rozándole las canillas.
»Cada vez que la muevo para asearla o broncearla, sus plumas le hacen cosquillas, le divierte el roce.
—Esas plumas no tienen nada de divertido, son un estúpido adorno que necesitas para creer que estás al lado de una gallina más. Eres un enfermo, deja tu obsesión por esas aves y ¡compórtate!, cógetela de una buena vez.
»Tenemos poco tiempo, en un rato se pondrá peor de lo que se ve ahora y ahí sí echaremos todo a perder.
—Ana no se pondrá mala ni se irá, siempre estará conmigo, sabe que me pertenece y eso la hace feliz.
»¿Cierto, mi amor, que usted no se quiere ir? Yo sé que es feliz conmigo y que allá afuera, el mundo jamás le ofrecerá tanto cariño como yo. Usted ya es toda mía y no tiene por qué huir, nunca le haré daño.
—Aprovéchala, hazla más feliz, levántale esa falda y ¡cógetela!, humedécela, quítale esa resequedad y ¡cojámosla!
—No hay un nosotros, solo somos Ana y yo, usted no tiene lugar en esta relación.
—Claro que sí, yo soy quien le va a dar lo que tanto necesita.
—Ella no es feliz completamente, ni siquiera le brillan los ojos, y tiene la boca terrible, su sonrisa no es nada natural. Se nota que poco te esforzaste porque luciera mínimamente contenta.
—¿Por qué le cuesta tanto aceptar que ella realmente es feliz a mi lado?, que sonríe todo el tiempo, que no puede parar de curvear su boca, que conmigo conoció el paraíso, que no hay quien la ame como yo, que soy el motor de su vida, que sin mí…sin mí estaría tirada en una carretera cualquiera, muriéndose de frío.
»Ana, mi amor, ya sé que le asusta la voz de ese tipo, no le haga caso, finja no escucharlo, a él siempre le enoja que lo ignoren.
—Ella no tiene por qué ignorarme, muy pronto se dará cuenta de que al que desea es a mí, el valiente, el vigoroso, el macho que sabe cómo satisfacerla, el que la haría por fin hablar y gritar de placer…
Ya escucho sus gemidos proclamando mi nombre, pidiéndome que se la hunda hasta al fondo, que le meta los huevos si fuera necesario para acabar con su apetito.
—No lo escuche, cariño, no le haga caso a esa voz, por favor…él no puede acercarse a usted y ofrecerle todo el amor que yo sí tengo para darle, él solo quiere hacerle daño, fingirá que le hace el amor, pero no es cierto, él quiere ponerla en mi contra, pero nada de lo que diga es cierto, no le haga caso.
—¿Claro que no, yo no pondré a Ana en tu contra… ella misma se dará cuenta del perdedor que eres.
»¿Crees que se erice si le toco los pezones?... En fin, no interesa si su carne ya perdió la sensibilidad, su coño sigue abierto… a lo mejor se lo hundo por detrás.
—Ana, no lo escuche, él no le tocará los pechos, no podrá acercar su mano… Le cubriré los senos con plumas, así dejará de mirarla con deseo.
»Sé que el pegante puede adherirse mucho a la piel y que ya no podré quitarlas, pero tranquila, mi amor, esas plumas se le verán hermosas, quedará muy bella.
—¿Crees que cubriendo su pecho con plumas la alejarás de mi apetito? Ya no hay nada que me detenga, ya está en la mira. Al depredador nada se le escapa. Será mi cena. Me la cogeré y punto. No hay más discusión.
—No permitiré que se la coja… usted no puede alejarla de mí, no puede llevársela a ningún lugar.
—Yo no me la quiero llevar, me la puedo coger aquí mismo, en la habitación de mamá, no tengo ningún problema con el sitio.
—Ocho plumas, cariño, ya casi acabo…
—Tú también te la puedes coger en este sitio… anímate un poco, eso del micropene era un juego más… Si con tu miembro le das placer a las gallinas que tienen un orificio del tamaño de un huevo, ahora Ana con un orificio que es más pequeño que una cloaca, puede llegar perfectamente al paraíso.
—Quince plumas…
—Vamos, sácatela, desajústate el pantalón y te la sacudes un poco…
—Diecisiete…
—No temas, Bertica no tiene porque enterarse, a esta hora está profunda en el galpón. Esto será un secreto de los tres… mañana cuando despiertes podrás volver al gallinero.
—Veintiuno…
—Es un total crimen que le escondas esos dos melones y que cubras sus dos pezones, que se ven exquisitamente oscuros… cómo me gustan las de pechos negros.
—Veinticinco…
—Anita te está quedando muy bella, pero creo que le falta algo…
—Veintiocho…
—Le falta el lu…
—Treinta. Ahora sí está cubierta, ya podrá sentir el roce de las plumas todo el día. Siempre la veré sonreír.
—El gran lunar de la mejilla izquierda…
—¿Un lunar?
—Claro, necesito que pongas el lunar, así quedará más bella.
—¿De qué lunar habla?
—El de mamá.
—Ana no tiene nada que ver con mamá, ya se lo dije.
—Pero puedes fantasear que estás con mamá ¿no te parece muy divertida la idea?
—No la compare… mamá es demasiada mujer como para parecerse a Ana.
—Tienes razón, no se pueden comparar, pero sí podemos simular que es mamá… mírale el pelo negro, como el de mamá, atado como ella lo hacía; con su falda preferida, la que nunca se quitaba, siempre dijo que amaba el rojo… Ana tiene los mismos pezones oscuros, casi negros… antes que tú los cubrieras se podían ver pequeñas bolitas que le dan textura a las aureolas, lindo detalle, como para cubrir con la lengua y dejar que hagan fiesta en el paladar… Lo único que le falta es el lunar del rostro y tendremos ¡un remedo de mamá!, jamás tan bella como la original, pero penetrable.
—No tocaré su rostro…
—No te preocupes, yo puedo hacerlo…
—Mírale ese punto, ¡es igual al de mamá!, sería terrible que Ana viera su rostro rayado.
—Se ve…
—Dilo.
—Se ve hermosa.
—Lo sé, es la imitación más perfecta de mamá. No veía a mamá hace muchos años…. Pero mírala ahí la tienes, toda entera para ti.
—Es hermosa.
—No disimules, se te está hinchando…
—Claro que no.
—No puedes cubrirte, creo que se te va a rasgar la piel.
—No, ya le dije que no.
—El pantalón te está oprimiendo tanto deseo… ¡sácalo! Nadie tiene que enterarse…
—Es tan hermosa que no puedo dejar de ver su cuerpo…
—Lo sé, sé que es bella y está toda entera para nosotros. Vamos, bájate los pantalones, no tengas miedo.
—No puedo… no puedo hacerlo, es mamá…
—Claro que no lo es, es una réplica, ella es Ana, una hermosa mujer que te ama y te desea… solo quiere tu calor… lleva mucho tiempo aquí, se muere de frío, dale calor. Vamos, no seas egoísta.
—Su cuerpo está cubierto, ya no puede sentir frío.
—Aún tiene frío, hoy completa cuatro días en casa, su piel ya está helada y rígida, ni las plumas ni las mantas podrán suplir el calor de nuestras manos al tocarla. Lleva mucho tiempo sin sentir una verdadera caricia… no la dejemos con las ganas. Podemos darle todo lo que necesita, no seas egoísta.
—¿Necesita caricias?
—Sí; ella, al igual que mamá, necesita de un hombre que realmente le de calor en las noches y que se la coja con pasión…¿ya no recuerdas cuando mamá se ponía histérica y lloraba todo el tiempo? ¿No recuerdas que papá siempre la ignoraba y se la hundía solo cuando él lo necesitaba? ¿No recuerdas que él se echaba un polvo ligero sobre su cuerpo y la tiraba de la cama pidiéndole que le hiciera de comer?, ¿ya lo olvidaste?
»El descuido de papá fue el detonante de la infelicidad de nuestra madre…
»No hagas sufrir a Ana. Sé que se durmió con el deseo de ser amada.
—Por un instante olvidé el llanto de mamá.
—Sabes que fue papá quien la hizo sufrir. Después de que lo matara ese cáncer de páncreas, a mamá no le quedó más remedio que seguir condenada a su infelicidad, todos los días lamentó el desprecio de papá, siempre quiso ser una mujer deseada… pero nunca logró su atención.
»No condenemos a Ana, ella no merece ser infeliz, vamos… tócala.
—Ana lleva tanto tiempo aquí tendida que seguramente ha olvidado lo que es una caricia…
—Ya lo olvidó…
—Puedo acercarme suavemente a su cuerpo y ver cómo reacciona ante mi presencia…
—Claro, tócala despacio…
»No temas, levántale la falda, explora todo lo que tiene.
—No puedo…
—Claro, súbele la tela… solo frótala un poco…
Un poco estará bien.
—Solo un poco. Solo para que sienta que estamos aquí.
»Para que no crea que la haremos infeliz, para que se dé cuenta que solo quiero ver la felicidad reflejada en su rostro.
—Claro, yo también quiero verla feliz, así que tócala.
—Tiene un lindo monte… sus cabellos son rizados y tupidos.
—Frótala, ver no es suficiente.
—Temo perderme en los rizos de su vello.
—No temas, entre todo su pelambre se encuentra tu tesoro, ¡descúbrelo!
—Es sedoso… si toco a profundidad puedo encontrar un pequeño punto. El cuerpo de Bertica no es tan perfecto, ni tiene tantos detalles como este…
—Claro que no, el cuerpo de Ana es perfecto. Y ese punto es toda una mina, ahora debes de excavar. Frótaselo en círculos, muy suavemente.
—Se siente bien tocar este botón.
—Claro que sí. Ahora, introduce despacio el dedo del corazón en su orificio más profundo. No temas lastimarla, a ella ya no puede dolerle nada.
—¿Todo?
—Claro que sí, estimúlala… haz que te desee.
—Cada que mi dedo se hunde en su cavidad, siento que bombea más prontamente mi sangre… creo que voy a estallar.
—No te preocupes, es tu miembro que reacciona al olor que su entrepierna emana y que mancha tus dedos. Aprovecha que su cuerpo ya está jugoso… ¡exhala deseo por todos los poros!
»Bájate los pantalones, no temas, todo es seguro aquí.
—¿Bajarme los pantalones?
—Sí, eso es, desabróchate la correa.
—Muy bien. Ahora, suelta esos tres botones que aprietan tu entrepierna.
»Así vas bien. Quítatelos todos. Saca tus piernas de esos pantalones…Muy bien, quítate los pantaloncillos y ponte en posición, imagina que es Bertica o cualquier otra ave… tú ya sabes cómo es la embestida.
—Es mamá… no puedo compararla con las gallinas.
—No, no es mamá… Imagínate el roce de ese torso sobre tu pecho, es una gallina a tu medida…penétrala, cógetela con la misma pasión con las que exploras las cloacas, haz que tu pene se haga un festín entre estas paredes vaginales, ya dejarás de comer la mierda de gallina. Sácale provecho a los gusanos que vas a encontrar en este caño… deja que te soben, te harán cosquillas, pero no temas, no lo saques, sigue penetrando profundo, que los bichos, tú y yo seamos uno.
»Yo sé que puedes hacerlo. Yo creo en ti. Este cuerpo que compartimos necesita satisfacerse, no temas más ¡Cógetela! ¡Vamos!...¡Vamos a explotar!
—Me puedo…
—Claro que sí, ponla en posición ¡y cabalguemos!
—Me puedo poner un poco encima, tal vez le quite el frío.
—Y la rigidez, no olvides lo tieso de su cuerpo.
—Puedo hacerla sentir mejor y quitarle su timidez, debe de estar tiesa del miedo, de vernos aquí encima de ella.
»Ya, mi amor, no tema, no vaya a hacer ruido, mire que ya es tarde y las gallinas duermen tranquilas en el galpón. No se asuste, no le haremos daño.
»Ya sé que está tensa por el pánico, pero no tema, no haré nada que no quiera que le haga…
»¿Tiene frío? ¡Dios! Mírese esa piel y esos pies duros, pero no se preocupe, ya le daré calor.
—Qué bueno eres, sabes que se muere del frío y harás todo lo posible para hacerla sentir cómoda. Qué buen hombre.
—Claro que sí, lleva varios días y no le he dado la atención suficiente, solo he pensado en el placer que me produce cuidarla y he olvidado sus demás necesidades
»Perdóneme, cariño, la he descuidado un poco. Permítame limpiarla. Tantos bichos alrededor le roban belleza, no paran de rondar por la casa.
—Ignora esos animales… hacen parte del paisaje.
—No puedo… con tantos bichos subiéndose en el cuerpo de Ana no puedo concentrarme. ¡Aléjelos! ¡Aléjelos ya!
—Listo, un poco de insecticida nunca está de más.
—Ahora sí, amor mío, ¿en qué íbamos?... no se preocupe, no le dolerá nada. Solo me recostaré un poco sobre usted; eso es, le daré un poco del cariño que tanto necesita, así… un poco… poco a poco…
—¡Húndesela!
—Poco a poco… déjeme adentrarme en su cuerpo y llevarla junto a mí al paraíso.
—Ya siento cómo se hunde…
—Me balancearé un poco, solo para que el roce nos produzca más calor. Solo un poco, amor.
—Rózala, rózala fuerte, ya siento como nuestro pene le toca los ovarios… ¡húndesela toda, de una buena vez! Necesito sentirla.
—Amo tener su cuerpo entre mis manos, amo sentir su plumaje sobre mi pecho. Sé que está asustada y por eso no puede contestar a mis palabras de amor, pero su entrepierna y su cuerpo son los que hablan. Sé que me ama tanto o más que yo, sé que no podrá irse, porque nadie la ama como yo lo hago… Mire amor, encontramos el lugar al que pertenece, aquí a solas conmigo.
—A solas con nosotros, Ana.
—No se asuste, ignore los gusanos.
—Solo sienta como nuestro pene navega por su entrepierna. Sienta cómo exploramos su coño lleno de moscas.
…
—La rigidez de su cavidad nos excita más.
—Es toda una delicia explorarle la cloaca.
—Es un enorme placer tener nuestro cuerpo en su cuerpo.
—Si sigue así de silenciosa, a lo mejor se la hundamos por detrás, los dos nos conformaríamos: usted por fin se sentiría amada y nosotros con nuestro cuerpo unísono podríamos reventar de ganas.
Lee la primera parte en este enlace
* Relato publicado originalmente en Revista ELIPSIS 2017 (Colombia)
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