por Christian Jiménez Kanahuaty I RESEÑA I BOLIVIA
El autor analiza las transformaciones en las telenovelas como herencia de la novela Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa. Se trata de un caso no reconocido de la influencia de la literatura sobre estos objetos culturales de consumo masivo.
Tengo para mí que algo cambió profundamente en la telenovela latinoamericana desde el momento en que se publicó Conversación en La Catedral. La novela más ambiciosa de Mario Vargas Llosa que inauguraría un modo particular de encarar la política dentro de la novela como artefacto de ficción.
Hasta entonces, las telenovelas seguían un ritmo lineal, fijo, y capítulo a capítulo las consecuencias de los actos de los personajes/actores se veían desplegados ante la mirada atenta de los telespectadores. Era natural imaginar que todas las noches las familias se reunieran a seguir las peripecias de una serie de personas que intentaban resolver sus problemas a base de diálogos, decorados en cartón piedra y locaciones no tan elaboradas.
Desde la aparición de la novela las locaciones se hicieron más elaboradas. Las palabras en boca de los actores tenían otros recursos, fueron vistas como productos literarios y no como reflejos de una oralidad tangible y susceptible de imitar el lenguaje coloquial de las personas que vivían en los hogares, en donde se presentaba la telenovela noche a noche a lo largo de varias temporadas. Además, los personajes parecían no tener autoconciencia. Parecía como si ellos mismos fuesen de la mano de los espectadores para descubrir sus verdaderas intenciones. Y aunque este factor narrativo no se rompió, tras la publicación de Conversación en La Catedral las mentes de los personajes comenzaron a vibrar de otro modo.
El monólogo interno se hizo más real y no distorsionó la fecundidad del drama. Al contrario, le dotaba de mayor profundidad, y así nosotros, como espectadores, podíamos adentrarnos en la mente de esas personas sin mediación alguna. Los diálogos, en ese sentido, sólo eran un soporte más en la información y en la comunicación emocional que ellos deseaban transmitir.
Sin embargo, donde fue más determinante la novela no necesariamente era captado en su total dimensión a primera vista. Se trataba del manejo del tiempo. El tiempo que siempre fue lineal ahora gozaba de otros recursos, las elipsis, los flashbacks, la reconstrucción del tiempo a base de nuevos recuerdos que añadían más y más elementos a la memoria, transformando de esa manera lo dicho anteriormente, y creando la duda como motor narrativo de una trama que se revelaba compleja. Esto a pesar de las intenciones de los actores, que no suponían que sus vidas fuesen tan espesas.
Vargas Llosa postula que, en lugar de complejizar los detalles, hay que suprimir los datos con el fin de que sea el propio lector el que los llene con su propia experiencia, pero lo que la telenovela añade es que el espectador los llena también a partir de tener más o menos el panorama completo de idas y vueltas de los personajes, sus miedos, pasiones, modos de vestir, dónde y cómo viven. Lo visual, en definitiva, determina buena parte de las repercusiones de la audiencia con respecto a lo que ve en la pantalla, y, en ese sentido, la telenovela es un artefacto de consumo estético que pasa de lo oral a lo visual con mucha velocidad.
En ese tránsito el tema determinante es el tiempo. El tiempo como construcción de una ficción porque está impuesta por un narrador, pero el tiempo también como una percepción individual, y el tiempo, finalmente, como un instante fijo en la memoria: un recuerdo. Cada tiempo alimenta al otro, se comunican y se entienden.
En las novelas de Vargas Llosa esos detalles a veces se pierden en mínimas descripciones, pero en la televisión aquello es fundamental dado que se trata de imágenes en movimiento que deben emular la vida y hacer como si la vida estuviera sucediendo dentro de esa caja mecánica y eléctrica.
Así, la telenovela es inoculada con el virus de la fantasía. Abandona el realismo y se sumerge en la fabulación, que quiere decir que se postula un mundo con reglas propias a través de las cuales, el tiempo, el espacio, el lenguaje y la porosidad vital y emocional de los personajes no responden con necesidad de emulación fiel a lo real, sino que se emancipan de ella para crear algo nuevo que se puede sostener de manera autónoma, porque la literatura lo permite dado que genera la división entre realidad y ficción desde el momento mismo en que está puesta la anécdota o la memoria, o el recuerdo y la experiencia sobre una hoja de papel, y no en el contacto directo, cara a cara de dos o más personas.
Y con ello, la telenovela aprende una nueva lección, que significa su transformación en un artefacto intelectual porque se permite licencias de juegos temporales, emocionales, y además valida la intención de que el espectador sea un desconocido sobre lo que sucederá en la trama. Los datos desordenados están dispuestos para crear mayor expectativa, pero también para reforzar el sentido de lo incierto, de lo que puede ser y jamás se pensó que sería.
Pero, además del tiempo, están las relaciones entre los personajes, que funcionan en secuencias. Las secuencias dividen las distintas historias que van sucediendo entre los personajes (dos, tres, máximo cuatro) por cada secuencia. La secuencia está basada en un tema y un lugar particular y representa un estado de situación del drama. La siguiente se comunica con ella en parte, a partir de algunos personajes que van de una secuencia a la otra o de personajes que informan de otro modo lo que sucede en la otra secuencia. Cada secuencia tiene una locación, un tiempo, un modo de hablar y un estrato social. De ese modo el paisaje se va delimitando. Se va transformando el mundo y se amplía su significado.
Así, la novela de Vargas Llosa contamina nuestras vidas hasta el día de hoy. No sólo a través de la literatura propiamente dicha, sino de todos los objetos culturales que ella contaminó y transformó determinando su potencia hacia espacios en los que se puede reconstruir, incluso la historia; sin perjudicar con ello la narrativa historiográfica más académica. Con ello lo que hace es organizar un mundo que acompañe a esa narrativa mostrando el revés de la historia y su compleja estructura que también goza de zonas inciertas a las que no se puede acceder sino por medio de la imaginación.
En ese sentido, finalmente, la telenovela no es sino el experimento de la vanguardia puesta al servicio de las masas. Y quizá por ello, las telenovelas también en su momento de mayor gloria entre 1980 y primeros años de los 2000 fueron un artefacto cultural inteligente, divertido, ameno, entretenido, sagaz, capaz de leer la realidad e interpretarla, pero también cuestionarla de manera indirecta para que su efecto fuese más corrosivo. Y así, la novela de Vargas Llosa, aunque no se la lea, nutre nuestra forma de percibir el mundo y las narrativas que la componen.
SOBRE EL AUTOR
Christian Jiménez Kanahuaty (Bolivia) ha publicado dos novelas, "Invierno" (2010) y "Te odio" (2011), con la Editorial Correveidile. La novela "Familiar" (2019) fue publicada por Editorial 3600. Su más reciente obra se titula "Paisajes" (Ediciones E1, 2020). Ha contribuido con su poesía a varias antologías como "Cambio Climático, panorama de la joven poesía boliviana" (Fundación Patiño-Bolivia); Tea Party I (Cinosargo editores-Chile), Traductores del silencio (Sanatorio editores-Perú) y Sucia Resistencia (Ed. Groenlandia, España).
Cuentos suyos aparecieron en antologías como "La nueva generación" (Ed. Correveidile-Bolivia, 2012) y "de Imposibilidades posibles" (Editorial Kipus-Bolivia, 2013). "Nuevos Gritos Demenciales, antología del cuento de terror" (Editorial 3600, La Paz, 2011), "Una espuma de música que flota. Antología de cuento Bolivia-Ecuador" (Editorial Jaguar, 2015) y en la revista Intravenosa de Argentina.
Dentro de su obra de no ficción destacan el libro "Ensayos de memoria" (Autodeterminación, 2014), "Bolivia. El campo académico, cultural y artístico 2003-2016" (Autodeterminación, 2017), "Movilización indígena por el poder" (Autodeterminación, 2012), La maquinaria andante (Abya-Yala, 2015) y Distorsiones del colonialismo (Autodeterminación, 2018). Sus últimos trabajos publicados son el ensayo titulado "Roberto Bolaño, una apropiación" (2020).
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