CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY
Se trata de un acercamiento cuando la distancia que existe entre lo que se quiere decir y lo que al final se dice tiene todavía un valor significativo, y es por ello que cuando se refiere a la escritura de ficción realizada en Bolivia, lo que se tiene es un sentido de valoración que habla del objeto literario dentro de una construcción, sino verbal al menos temática. Esto significa que se valora el hecho artístico de la construcción de un texto por lo que trabaja en su interior. Es el tema, entonces, lo que cobra significancia y relevancia a la hora de ser valorado, justificado, criticado y comparado. Si se desplaza la lectura como procedimiento de entendimiento de una escritura de ficción más allá del tema y se presta atención al tono y al modo en que está escrito, se podrá poner en discusión otro modo de entender la ficción, pero también de establecer un lugar para el texto en cuestión.
Esto funciona porque se reconocería el idiolecto usado por el escritor. El modo en que estructura ya no sólo las oraciones, sino los capítulos y la tensión narrativa, y podría realizarse el ejercicio de establecer una división entre lo que es efecto de la trama para generar atención en el lector y lo que es estructura que establece divisiones y subdivisiones en la narración. Dentro de ese orden de cosas también se establecería el carácter expositivo de una narración y su dimensión fabuladora. Con dichos elementos la lectura podría registrase no sólo más atenta, sino que llevaría, sobre todo, a la construcción de otro tipo de lector, que está preocupado tanto por la trama como por el modo en que se la trama se construye momento a momento.
Ahora bien, esto tiene su efecto concreto también en el escritor que lee, es decir, en aquel que siendo lector también tiene su faceta como creador. Si este lector que escribe logra posesionar un modo de entender lo que lee, es claro que también ese modo de lectura se reflejará en su escritura. Entonces, cabe preguntarse el modo en que, en Bolivia, se leyó la literatura del exterior. Aquello que por facilidad se conoce como “literatura universal”, y luego cómo se establece la lectura del boom latinoamericano. El modo en que se incorporan esas experiencias de lectura en la escritura podrían alumbrar la interpretación y la asimilación de la propia historia de la literatura en Bolivia.
Así, lo que se tiene es un trabajo ya no de interpretación, sino de genealogía estética. Se trata de buscar ecos y resonancias de fenómenos externos al interior de un campo cultural que se nutre básicamente de la palabra escrita y de las traducciones que de ella se realizan.
El modo en que una literatura establece el dialogo con otras literaturas es el modo en que una literatura se lee así misma. Y es la manera en que los lectores conjugan lo propio con lo ajeno. Se trata de pensar localmente y leer globalmente. Sucede, sin embargo, que en contadas ocasiones la escritura de ficción en Bolivia deja ver esas resonancias. Es como si la literatura en Bolivia se pensara al margen y por fuera de esas tradiciones. Como si emprendiera la labor desde cero, no una, sino varias veces. Cada escritor parecería que se piensa como el inicio de algo. Sus libros son el testimonio de tentativas que pretenden dialogar consigo mismas antes que con lo existente. Son contados los poetas sobre todo que incurren en la enunciación de una tradición extranjera. Cerruto, Tamayo, Jaimes Freire, Edmundo Camargo, Rubén Vargas, Benjamín Chávez, Eduardo Mitre, Jorge Campero, y algunos más. Los otros, en cambio, si bien leen la literatura, no la hacen parte de su mundo verbal. Ocultan las lecturas y sus experiencias. Escriben como descubridores. Como adelantados. Ese sentido de la escritura en principio puede ser detonado por un afán de denotación del mundo. Pero también puede servir como ejemplo de la desconexión de la literatura boliviana con la literatura del exterior. El mapa es tan interior como el registro lingüístico. Y es tan particular que los idiolectos se convierten en aquello que genera un mundo, pero es un mundo cerrado en sí mismo, como si el propio lenguaje viviera un exilio interior.
No es que sea un a poesía o una literatura hermética. Es más bien que es una literatura hecha solo para este territorio. Es una literatura que se cierra como la geografía, vive el mismo enclaustramiento. Pero a diferencia de lo que ocurre en política, en el texto literario, no se busca el punto de escape ni la línea de fuga.
Parecería que la cerrazón es lo que le da vitalidad. Mientras más cerrado el escenario que plantea el texto literario, más dudas y búsquedas intenta resolver el escritor. Pero son dudas y búsquedas que se repiten en el tiempo de modos distintos, para llegar al mismo lugar casi siempre. Y ese lugar es la configuración de un temperamento especifico que habla de la ciudad, una descripción de ambiente sentimental y un determinado sobrevuelo sobre las emociones y la consiguiente indeterminación entre emoción y sentimiento.
Pero, reforzando las cosas por sus costados y apretar el argumento, se puede establecer del mismo modo que una lectura atenta también registra un modo especial de leer el propio manuscrito. Si fuera el caso, entonces, se hacen visibles las conexiones con la tradición y con lo contemporáneo. El manuscrito se mostraría deudor en cierto sentido de las lecturas del pasado, del presente y de la propia interpretación que sobre ellas tiene el autor, y, sin embargo, esto no sucede realmente así. En principio porque parecería que existe una desconexión entre el autor, sus lecturas y su escritura. Esto es llamativo porque dentro de una geografía compartida dentro de una lengua particular, el caso de Chile o de Argentina o de Perú hace notar que sus escritores están preocupados por esta dimensión estética de su obra. Lo cual lleva a un segundo momento en la reflexión sobre este tema.
Pensar la literatura de forma autónoma como si fuese un universo en sí que no requiere otro tipo de interacción o colaboración de otras literaturas, pero sí de otros conocimientos. Por lo cual, el diálogo que la literatura boliviana establece quizá no se realice en pleno con la propia literatura, sino con la historia, con algunas ideas políticas, con cierto sentido de la cultura política de la región, con las nociones de clase heredadas del marxismo y se conjuga con un modelo de mundo que se hereda de los derechos humanos, a partir de la interpretación vital de los periodos dictatoriales y, en cierto sentido, también al calor de la relación que establece el escritor son sus ciudades y con el campo, ambos como horizontes utópicos e idealizados.
Bajo ese marco, es entendible que nuestra tradición en novela, en poesía y en cuenta haya desarrollado poco alrededor de la escritura psicológica. La novela psicológica parecería ser de mal gusto, porque los problemas que la literatura se plantea resolver son los problemas que también la sociología, la antropología y la ciencia política tienen en mente cuando emprenden sus investigaciones. A diferencia de lo que pasa en otros países, la literatura boliviana tiene un sentido de lo práctico que determina su función social y su lugar en el campo cultural.
Bajo esa premisa lo que se tiene es más bien un escenario donde lo que se disputa no es un modo de escritura de la novela o del cuento o del poema. Lo que está en cuestión es, para qué sirve. Hay un afán de utilidad importante que es remarcable porque implica que la literatura como entretenimiento y como búsqueda de una experiencia estética queda relativamente clausurada, subordinada a su misión y función. Por ello, la novela mejor y más desarrollada en Bolivia es aquella que interactúa con las ciencias sociales y humanas; sobre todo con la historia.
Y es quizá, finalmente, en su hacer que la literatura boliviana se revela como un artefacto que requiere un modo diferente de ser leído. Esto quiere decir que la literatura latinoamericana puede ser pensada en relación a corrientes estéticas o escuelas artísticas o generacionales; mientras que la que acontece en Bolivia para ser leída necesita que el lector porte un acervo cultural que lo acerque a la historia boliviana y a sus debates políticos. Sin éstos el lector no registrará del todo el contexto de producción de una obra ni podrá leer los signos y síntomas que el escritor pone en el texto que dan cuenta ya no sólo del mal estar en la cultura simplemente, sino que muestran que la escritura literaria es sólo una parte de un discurso social que intenta construir una retórica y una gramática que sirva para representar los males de la sociedad o la precariedad del sistema social que sostiene la estatalidad y el territorio en Bolivia.
Por ello, tal vez la escritura de ficción en Bolivia haya necesitado emprender un camino distinto en la generación de escritores que empezaron a publicar a principios de la primera década del siglo XXI.
Sus textos necesitaron desprenderse de la tradición boliviana sin reclamarla, porque su afinidad estaba anclada en literaturas extranjeras, sobre todo rastreables en escritores anglosajones, argentinos y, en cierto modo, también chilenos. Pero esto, además de crear otras filiaciones de lectura que no terminaron de reflejarse en los textos más que en algunos casos, puso en el debate el modo en que estos nuevos escritores no entendían lo que era ser un escritor boliviano. Y al debatir sobre ese punto lo que se encuentra es una forma que reiterativamente reclama que el escritor tenga un compromiso social, político e ideológico con la realidad.
SOBRE EL AUTOR
Christian Jiménez Kanahuaty (Bolivia) ha publicado dos novelas, Invierno (2010) y Te odio (2011), ambas con la Editorial Correveidile. Ha contribuido con su poesía a varias antologías como "Cambio Climático, panorama de la joven poesía boliviana" (Fundación Patiño-Bolivia); Tea Party I (Cinosargo editores-Chile), Traductores del silencio (Sanatorio editores-Perú) y Sucia Resistencia (Ed. Groenlandia, España).
Varios cuentos suyos han sido publicados en antologías como "La nueva generación" (Ed. Correveidile-Bolivia, 2012) y "de Imposibilidades posibles" (Ed. Kipus-Bolivia, 2013). "Nuevos Gritos Demenciales, antología del cuento de terror" (Ed. 3600. La Paz, 2011), "Una espuma de música que flota. Antología de cuento Bolivia-Ecuador" (Editorial Jaguar, 2015) y en la revista Intravenosa de Argentina.
Dentro de su obra de no ficción destacan el libro "Ensayos de memoria" (Autodeterminación, 2014), "Bolivia. El campo académico, cultural y artístico 2003-2016" (Autodeterminación, 2017), "Movilización indígena por el poder" (Autodeterminación, 2012), La maquinaria andante (Abya-Yala, 2015) y Distorsiones del colonialismo (Autodeterminación, 2018). Sus últimos trabajos publicados son el ensayo titulado "Roberto Bolaño, una apropiación" (2020) y su novela "Paisajes" (Ediciones E1, 2020).
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